sábado, 21 de noviembre de 2009

MI BREVE BIOGRAFÍA


Nací en León, sobre el año 1409. No puedo recordar exactamente el mes ni el día. Entonces no existía el Registro Civil, que, como es sabido no fue creado en España hasta 1870. Fui hijo de Don Diego Fernández Vigíl de Quiñones, Merino Mayor de Asturias, señor de Luna, Ordás, Valdellano y otros muchos lugares más. Me casé con Doña María de Toledo, de cuyo matrimonio nacieron cuatro varones y diez hembras.

Me eduqué, como era costumbre en la época, en la Corte, bajo la férula del Condestable Don Álvaro de Luna, con quien participé en sus primeros hechos de armas, siendo el principal la batalla de “La Higueruela”. A pesar del aprecio que el Condestable me demostraba, por razones de familia, hube de pasarme al bando de sus adversarios, siendo perseguido e incluso encarcelado en el castillo de Castilnovo, de donde me sacó, por canje, el Rey Juan II de Navarra. Durante mi estancia en este Reino, participé activamente en la Concordia entre el rey y su hijo, el Príncipe de Viana, hasta que el advenimiento de Enrique IV al trono castellano-leonés me permitió recuperar todos mis bienes nuevamente, retirándome prácticamente de la vida pública, y dedicándome a mi esposa, Doña Leonor de Tovar, que por cierto nada tenía que ver con la homónima a la que atribuían algunos rumores mi pasión de juventud, y en consecuencia mis dos hijos, Teresa y Diego.

Mi vida transcurre tranquila y pacífica hasta que el rencor que aún bullía en Don Gutierre de Quijada, señor de Villagarcía, le llevó a buscar un pretexto para atacarme cerca de Castroverde, en Julio de 1458. En la refriega tuve la desgracia -o la fortuna- de encontrar la muerte, a los 49 años de edad, y fuí enterrado en la capilla mayor de la Iglesia de S. Francisco, en León. Los historiadores, siempre tan miopes, se han venido planteando dos incógnitas para las que no han hallado respuesta: La primera de ellas, es la de cómo la Iglesia permitió mi enterramiento en sagrado, por considerar mi muerte acaecida en un duelo. ¡Serán majaderos! ¿No han podido pensar, acaso, que todo muerto, como todo vivo, es hijo de Dios y Él siempre recibe a todos sus hijos con los brazos abiertos? La segunda cuestión es mucho menos transcendente y propia de la estupidez humana. Se han preguntado siempre mis biógrafos, el por qué no recibí sepultura en la Real Colegiata Basílica de San Isidoro, también de la Bimilenaria e Imperial Hispanica Ciudad de León, donde mi familia, los Quiñones, teníamos nuestro panteón familiar. Incluso han llegado a cometer la infamia de preguntarse si acaso, tal hecho, se debió a considerar mi muerte como poco honrosa. ¡Serán estúpidos! ¿Acaso ninguno de ellos se ha planteado que si bien, en San Isidoro reposan los restos de aquella lumbrera de nuestra Sacra Hispania, San Isidoro de Sevilla (que, por cierto nació en Cartagena, hoy "Región de Murcia", tras esta memez de las Comunidades Autónomas), la Iglesia de San Francisco, como su propio nombre indica, está dedicada a aquel pobrecillo de Asís, que siendo tan rico quiso hacerse pobre para compartir esta pobreza, que él abrazó inmensamente feliz, con todos los pobres del mundo. Yo, me sentí y me siento muy honrado de recibir cristiana sepultura al olor de aquel gran Santo de Asís.

Lo que, por último, sí es rigurosamente cierto es la “pasión romántica” que siempre me invadió y que insuflaba el espíritu caballeresco de aquellos tiempos. Con la sublime inspiración de aquel mismo espíritu, compuse, con mi propio sentimiento, la estrofa de una cancioncilla en honor de aquella mi dama, que nunca nadie supo con certeza quién era, excepto yo, naturalmente ,y que me llevó a tan mal llevar:

"Onesta gentil doncella,

Si de mí no soys servida

Ordenad vos la querella.

Yo pondré luego la vida”


Hasta otro día, hasta pronto, mis queridos amigos. Don Suero de Quiñones, nacido en la gloriosa Ciudad de León (sin Castilla, naturalmente)